El legado de Craw

Irisdeasomo

El clamor inundaba aquellos bosques negros acobijados por la  bruma y el silencio. El dolor se manifestaba en sus pechos aguerridos, esos que poco antes carecían de humanidad, convertidos en piedra, se abandonaban a la gloria eterna. Ahora se consumían en la tortura ajena de lo inaudito, navegando entre las aguas de la muerte, a la espera eterna de entregarse a la condena que con ímpetu les espera.

Eran noches serenas que auguraban los males rotundos que se aproximaban. Dania, observaba el desierto helado desbordado por una amplia luna pálida.

Los hombres se desplegaban en toda la ladera sur, convirtiendo el campamento en una plaza turbia de las bajas ciudades que solían saquear. Cualquiera que se detuviese a observarlos podría pensar que eran heroicos caballeros pertenecientes a un ejército real, cuando no eran menos que una legión desterrada que se dedicaba a robar.

-Mi señora – Anunció un hombre de armadura reluciente – Os esperan.

Dania asintió y se dedicó a seguir el paso del comandante. Aquella noche tocaba reunión con el consejo, una reunión larga que probablemente se extendería hasta poco antes del amanecer. Habría gritos, amenazas y maldiciones.

En la carpa aguardaban una docena de hombres y mujeres, todos ellos guerreros de una intachable reputación, dispuestos a marchar hasta el fin del mundo con tal de ganar una guerra.

-¡Hay que atacar! – Gritó Ganthea ofreciendo un golpe seco contra la mesa – Esta vez todo ha ido demasiado lejos, debemos dejarnos de tonterías y acudir con el acero… –  Una ovación de algunos hombres acabaron por ahogar sus entusiastas palabras.

-¡Dejaos ya de seguir impulsos absurdos! – Clamó Grent mientras daba brillo al yelmo de dos cuernos que yacía sobre sus piernas inquietas – Lo que debemos es trazar una estrategia, esta marcha me ha dejado agotado para seros sincero. Mis hombres se encuentran cansados de tanto ir y no llegar a ningún lado.

Un aullido resonó obligando a callar a todos los presentes. La  enorme figura de Mord apareció de las sombras obligando a mantener la compostura que con asidua frecuencia le faltaba al consejo.

-¡Sois una panda de imbéciles! – Manifestó con voz ronca digna de un gigante – Os falta un tanto de pensamiento y de lógica. Nunca podréis llegar a ninguna conclusión ni atacar consecuentemente para alcanzar la victoria que anhelan esos corazones de hierro. Aquí vuestra señora observa como si las decisiones no fuesen cosa de ella.

“Os permite dejar fluir la estupidez que entorpece esas cabezas huecas, solo para notar que está rodeada de ineptos que la llevaran a la ruina.

Todos se observaron acusatoriamente. El orden siempre faltaba en aquellas repentinas reuniones a la luz de la noche. El ego y el rencor solían ser los protagonistas dando paso a palabras toscas y terribles estrategias que los dejaban abandonados a la nada.

-Ella tampoco hace mucho por participar y ofrecer dignas ideas de ser escuchadas… – Replicó  Ganthea que no logró concluir la frase tras la mirada ofuscada de Mord.

-Poco os falta para ir a mearse en la tumba del gran Craw el salvaje. Parecen olvidar quién fue el que convocó y logró unir a todos los clanes para conseguir este ejército. Parecen olvidar las luchas sangrientas y las injusticias vividas poco antes de él.

El silencio acudió a sus gargantas acompañado de la ligera culpabilidad de la que se les acusaba. Con Craw todo era sencillo. Craw era un guerrero nacido para la batalla, un líder al que todos escuchaban y ninguno cuestionaba, eso sin mencionar, que había conseguido eliminar las diatribas entre los clanes y forjar un ejército digno de admirar.

-¿Qué propone nuestra nueva reina? – inquirió Grent con el regusto amargo en los labios.

Las miradas de los presentes se posaron en Dania. Ella no pretendía influir en las discusiones fervientes que su séquito frecuentaba mantener, se disgustaba y mantenía en el silencio, abordando sueños inútiles, pensando en qué podría haber dicho o hecho su padre. Pero siempre se encontraba ante un muro infranqueable al que no podía acceder. Los soldados no creían en ella. Dania era todo menos parecida a Craw, poseía cabeza para las letras, y disfrutaba de abordar otros temas distintos a la guerra, cosa que en la hija de Craw era imposible de concebir.

Las expectativas revoloteaban a la espera de su siguiente movimiento. Pero Dania, no sabía cuál podría ser la manera correcta de actuar ante tal situación. Si hiciese caso de los impulsos que su espíritu le indicaba  podría dar  un paso hacia una guerra absurda. Sí estaban en guerra, pero una guerra no del todo anunciada, una,  en la que sobraban los robos y faltaban las batallas.

 Nunca había querido ser reina, tal responsabilidad no ofrecía ningún atractivo a sus sueños  que de grandeza conservaban poco.

Su vida había sido el esplendor que rodeaba el nombre de su padre. Craw el salvaje merecía todos los títulos que el mundo quisiera darle, y ella, tan solo por poseer la sangre de un guerrero merecía cargar con el peso y la responsabilidad de una corona no deseaba. ¿Era acaso ese el sentido de su vida?  Tal vez lo era, salvo que ella no pretendía convertirse en otra víctima de la guerra. Habían cuestionado tantas veces su voluntad, desde la muerte de ese hombre al que llamó padre, se habían desplegado ante ella a la espera de sus mandatos, de sus palabras y de sus órdenes.

El mundo se empeñaba en cuestionarla, en solo mirar la grandeza que rodeaba ese nombre que heredaba, no para imaginar cuan feliz podría ser, lo hacían para ser testigos fieles del legado que pretendía dejar.

-La paz es el camino más corto para alcanzar nuestros objetivos – fue todo lo que alcanzó a decir poco antes de que el coro de gritos se alzara en  su contra.

El ejército de Craw no concebía otro camino para sus fines que la batalla. El acero movía sus vidas y con estas conseguían sus intereses, la mediación era para los débiles.

-¿Hablas de pactar con nuestros enemigos? – Grent escupió el fuego –  La paz es para los cobardes. Nosotros somos guerreros, luchadores desde que estábamos en el vientre de nuestras madres, y propones ensuciar el legado de vuestro padre hablando de paz…

-Hablo de paz como el camino más sencillo para preservar el legado de mi padre y conservar la vida de sus hombres – Replicó Fenia con disgusto – Porque la guerra nos ha obligado a pagar un precio muy alto, y no solo hablo de las arcas que se encuentran casi vacías, hablo de las muertes que hemos dejado a lo largo de nuestra marcha, de las pestes que ha sufrido la legión, de las noches a la intemperie a la expectativa de un ataque sorpresa.

“Sí, hablo de paz. Porque los intereses que hemos buscado con la espada están aún muy lejos de nuestra espada. Habló de paz, porque ha llegado mi turno de defender los intereses que me mueven. Y de mi parte acabará este legado de sangre, vendrá un tiempo de luz, cultivaremos, y crearemos cultura, sentenciado a quienes se atrevan a cuestionar nuevamente mis decisiones.

¿Quiénes eran ellos para subestimar a la hija de Craw el salvaje? Si querían que Fenia hablara de legados, pues lo haría, pero de la manera en que considerase correcta. Así sentenciaba un siglo de luchas injustas, así sentenciaba la muerte fría, y todo aquel que osara alzar la voz en contra de la nueva reina. Podría aplacar su furia lejos de su conquista, porque Fenia había ya ganado la guerra, una en la que no se necesitaban espadas, una, en la que solo ella podía obtener la victoria que su padre tanto anhelaba.

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2 respuestas a El legado de Craw

  1. rocioph dijo:

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