Eran los soles muertos que acompañaban la época de la peste y los cielos negros. Los gritos se consumían en el turbio adiós de la noche perpetua, esa que acontecía bajo la legión de las almas en pena, las que rondaban los toscos valles dormidos bajo la represión, bajo esa libertad arrebatada que se difuminaba en los recuerdos sepultados en el olvido de las mentes discordes.
Los hombres iban y venían acostumbrados a dormir en las sucias mazmorras, Elnort, se cautivaba solo con presenciar como aquella gente podía seguir el curso natural de sus vidas en situaciones tan adversas. Ninguno solía decir nada, se mantenían en silencio, hablando entre miradas, precipitados al miedo.
Las luchas antiguas resonaban en el monte del cautiverio, en esas cabezas vacías que ya no debían recordar otros tiempos, que debían mirar el porvenir y agradecer la enorme dicha de permanecer con vida. Muchos de ellos se acobijaban en la suerte que tenían por conservarse como unas sombras disonantes que ya no vivían, o al menos, eso pensaban. Regocijados en su vanidad, apaciguados por conservar esa mísera existencia a la que se aferraban en busca de piedad.
Elnort debía levantarse y ayudar con las tareas del día, estaba agotado, la carga terrible de esas viejas piedras le dejaba un dolor punzante en la espalda.
-Si los amos observaran vuestra pereza, de seguro tendrías la cadena al cuello – Interrumpió una voz a sus espaldas.
Hada se dejó caer a su lado, llevaba el cabello enmarañado a la espalda y la vieja falda agujereada. No es que fuese precisamente cuidadosa, al contrario, con todo el gusto llevaría pantalones y peto, era un raro espécimen que se mantenía en un extraño salvajismo que él rara vez conseguía entender. Sin embargo, ella parecía ser la única racional de quienes habitaban allí, al menos no se sometía a los castigos que los amos imponían y eso le costaba un par de latigazos cada dos o tres días. Seguir leyendo →